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Madurez
A medida que maduramos espiritualmente, cada vez necesitamos menos de
las alabanzas y la atención de los demás para sentir respeto por nosotros
mismos. Cuanto más compasivos y menos egoístas se hacen nuestros
pensamientos, mayor es la satisfacción que sentimos con nosotros mismos y
con nuestra vida. Nos relacionamos más fácilmente con los demás, y no
necesitamos atraer su atención con nuestros éxitos ni agobiarlos con
nuestros problemas.
Por otro lado, a veces tenemos tal deseo de ayudar a los demás, de ser
influyentes y necesarios que en lugar de ofrecer una mano y ayuda,
acabamos cargando con toda la responsabilidad sobre nuestras espaldas.
Este tipo de comportamiento genera en las otras personas dependencia de
nosotros. Si realmente les amamos, es necesario que les animemos a
afrontar sus dificultades de forma que el fruto de la experiencia les ayude a
crecer internamente y convertirse en personas maduras.
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